 |
Colaboraciones
La enseñanza de Segovia: una lección de libertad
por Piero Bonaguri
 urante mi infancia consideraba la música algo fascinante,
parte de la belleza de la vida. Mi familia tenía una concepción
positiva de la vida lo que hizo que yo mismo fuera inconsciente
y a la vez sensato.
Por el contrario, mi pasión por la guitarra surgió
cuando yo tenía aproximadamente diez años, en el paso
de la infancia a la adolescencia: la concepción positiva
y UNITARIA de la vida estaba empezando a aparecer, por eso
las cosas que más me gustaban estaban consideradas como islas
o refugios apartados del resto del mundo y, en consecuencia, no
solo incomprensibles sino también condenados a una perceptible
pérdida de fascinación.
Fue un inesperado y afortunado encuentro lo que me permitió
encontrar de nuevo las razones necesarias para volver a mirar todo
de forma positiva como había hecho siendo un niño;
esto abrió de nuevo la posibilidad de una recuperación
consciente y progresiva de las motivaciones para dedicarme devotamente
a la música y, además me permitió hacer la
máxima aportación a mi desarrollo musical (aparte
de estas contribuciones el hecho de conocer a Segovia jugó
un papel muy importante).
Por tanto, estoy más que agradecido a mis profesores de guitarra,
empezando por el primero: Leone Ccchin que llevaba una tienda
de música en Forli, Alvaro Fiorentini, profesor de
trombón y trompa en el "Liceo Musicale Masini"
de Forli (era además un contrabajista y un entusiasta
organizador de eventos musicales en ese pueblo), y finalmente,
Pietro Battelli, cuyo conocimiento tuvo un papel decisivo
en mis estudios. Batelli me introdujo en el mundo de la guitarra
clásica, su repertorio, sus artístas. Además,
me puso en contacto con Enrico Tagliavini (que había
sido alumno de Segovia en Siena); Tagliavini fue mi profesor
de guitarra en el conservatorio "Boito" de Parma,
donde yo me gradué.
Debo también a Pietro Battelli mi encuentro con Alirio
Diaz a quien seguí in muchos seminarios. Más tarde
también estudié con Oscar Ghiglia quien, al igual
que Diaz, había sido uno de los primeros alumnos de Segovia
y más tarde, ayudante y sustituto. Ahora ha conseguido un
puesto en la "Academia Chigiana" en Siena, donde
estudió en 1981.
Todas estas experiencias didácticas fueron muy diferentes
entre ellas, aunque no contradictorias: cada una de ellas, de alguna
manera, me puso en contacto con una tradición musical común
y me dio un aspecto particular. Pero la apreciación del valor
artístico, del buen gusto, de la disciplina era algo que
todas ellas me aportaron.
Además de todo esto, cuando tenía más o menos
25 años y hacía ya tiempo que me había graduado,
llevaba tiempo dando conciertos y trabajando como profesor, sentí
una profunda confusión sobre qué dirección
seguir en mi trayectoria musical, sobre qué método
de enseñanza seguir (de los que había recibido), sobre
qué criterio seguir para valorar la música y a los
músicos, cómo estudiar, cómo tocar y como planear
y llevar mi carrera. Todo esto eran preguntas abiertas esperando
una respuesta.
Como no había encontrado todavía el método
que me permitiera hacerme con la tradición musical que había
encontrado, estuve dudando entre apoyarme en mi instinto, que por
esa época estaba empezando a estar algo raído, en
la imitación del estilo de mi maestro y en una ansiosa utilización
de varias "modas", (por ejemplo al elegir las piezas para
mi repertorio de concierto).
Durante una conversación con Oscar Ghiglia obtuve
una sugerencia esencial para mi trabajo: Ghiglia me estimuló
no intentar evitar la necesidad de una comparación personal
con cada pieza musical que tocaba. Me dijo que la imitación
estilística de otro músico podía resultar tranquilizador
pero, pasado un tiempo, sería improductivo. Solía
decir que si uno evita el riesgo de una relación personal
con la música, entonces estará tocando solamente aquello
que puede copiar, "la corteza" de otra interpretación
que, en cualquier caso, permanecerá inaccesible en su profundo
misterio.
Siguiendo esta dirección seriamente me puse a trabajar de
nuevo intentando captar la "idea musical" que cada pieza
que tocaba me estaba dando, y dejando que cada decisión interpretativa
saliera de ello.
Fue dentro de este trabajo donde yo redescubrí a Segovia:
escuchando sus grabaciones (que ya conocía desde hacía
mucho tiempo) me di cuenta de que su forma de tocar era realmente
de un impulso de comparación personal y madura con la música
(más tarde supe que Segovia describía sus interpretaciones
como "un impulso de libertad"). Esto me dio la imagen
de una persona muchísimo más lejana a mi pero que
iba en la misma dirección en la que yo daba mis primeros
pasos conscientes.
Creo que Segovia se convirtió en mi maestro en ese preciso
momento. Por supuesto deseaba poder tener, tarde o temprano, la
oportunidad de comparar mi trabajo directamente con él para
conseguir un juicio indefectible sobre mis intentos. Finalmente,
esa oportunidad llegó el verano de 1982 cuando Segovia me
dio un curso en el Conservatorio de Ginebra.
Afronté este curso con una actitud muy diferente de la que
tenía en otras ocasiones. Esta vez, ni quería destacar
ni quería sacar ninguna ventaja del curso. En esta ocasión
el tema era mucho más serio, para mi fue una especie de "momento
de la verdad". Por fin descubrí la afinidad entre mi
postura y lo que Segovia esperaba de nosotros como estudiantes.
Por primera vez, mientras tocaba para él, sentí que
era tan fácil como, quizá, nunca hubiera sentido antes.
Segovia de hecho, lo primero de todo, llamó nuestra atención
sobre el gran respeto que debíamos sentir hacia la música
que estábamos tocando y "respeto" significa una
atención puntillosa al texto musical y, al mismo tiempo un
intento por identificar su significado ("interpretación"
-dijo una vez- "es una síntesis en continua expansión")
para hacer que tocar fuera un hecho "convincente": Él,
por encima de todo, trajo a nuestras mentes la condición
que hace que todo sea posible: la presencia en cada intérprete
de ese "fuego sagrado" que ningún maestro puede
reemplazar; "ese amor, sin el que -él nos dijo- un
intérprete puede ser perfecto pero nada más...".
Así que, mientras Segovia se mostraba implacable en su esfuerzo
por hacernos ver nuestros descuidos y nuestros irracionales métodos
interpretativos, él estaba absolutamente preparado para sacar
de cada uno de nosotros descubrimientos interpretativos. Segovia,
tan genial en sus interpretaciones, no quiso en ningún momento
inducirnos a imitarle sino que nos ayudó a cada uno a desarrollar
nuestra propia personalidad musical aportándonos toda su
experiencia, sabiduría, gusto y disposición. Él
nos enseño a través del vivo ejemplo de su personalidad
artística (con carácter y preferencias) en una enseñanza
humana y artística que se superpuso a cualquier "versión"
particular. Así que, trabajando en un tipo determinado de
repertorio (a la búsqueda de unos "versos"
definitivos) lo que nos había sido transmitido tomo un valor
estable y permanente, superando cualquier edad y mentalidad. Segovia
nos transmitió que, él mismo, había aprendido
("lo que uno debe hacer y no hacer", solía
decir).
De esta forma él nos dio un punto de referencia seguro (¡que
era lo que yo estaba buscado realmente!) sobre el que podríamos
construir, libres para usar cualquier contribución de su
sabiduría e innovaciones metodológicas (por ejemplo
el trabajo analítico que Oscar Ghiglia había desarrollado
o la fascinante traducción guitarrística del mundo
sudamericano que Alirio Diaz había inventado).
En mi opinión, el método de enseñanza de Segovia
era ingenioso, dado que estaba basado en la proposición de
identificar, de conseguir involucrarse en los criterios minuciosos
de su actitud humana y artística. Todo eso sucedió
principalmente por una ósmosis, provocada por vivir con él,
más que por la propia comunicación de sus discursos
teóricos (podía suceder que la gente que viniera al
curso sólo por escuchar discursos se sintiera defraudado
y se marchara diciendo "Segovia no enseña nada").
Por esta razón la forma exterior de la lección tenía
una dirección cuidadosa donde todos los detalles tenían
la función de establecer un atmósfera adecuada para
ese proceso de ósmosis, empezando por la puntualidad y el
orden hasta la posición en la silla y el silencio.
Segovia solía escucharnos con mucho cuidado, luego hacía
las puntualizaciones: él prefería (en vez de las disertaciones
analíticas) tomar como punto de inicio una interpretación
particular que acabara de escuchar (a veces una interpretación
que parecía insignificante); entonces intervenía con
puntualizaciones cortas, concisas y que daban luz a la interpretación.
A menudo se apoyaba en aforismos, anécdotas y ejemplos autobiográficos.
El maestro Segovia, que generalmente tenía buen carácter,
se enfadaba (y también sabía cómo ser cáustico)
cuando hacía frente a ideas erróneas que requerían
más métodos de corrección. Al hacer esto, seguramente
se arriesgaba a producir cierto resentimiento momentáneo
(era decisión del alumno si preocuparse más por si
mismo o por algo mayor).
La
evidencia de que ese "fuego sagrado" del que Segovia
solía hablar estaba también enl él, era una
lección más. Entonces, al final del curso, él
solucionaba todo diciendo de corazón: "Me he dado
cuenta de que no estabais convencidos de algunas de las cosas que
os contaba pero, no os preocupéis: cuando seáis mayores
entenderéis que tenía razón..."
La petición sistemática que nos hacía Segovia
de que tocáramos más despacio fue, por ejemplo, más
efectivo que muchas palabras ("Incluso antes de empezar a tocar,
me gustaría decirte: ¡más despacio!...")
y eso nos ayudaba a no forzar nuestras interpretaciones (sintiendo
ansiedad por ajustarnos a los llamados parámetros estándar),
no perder ese control que hace que la interpretación sea
expresiva ("Es necesario intervenir en la pieza sin frenarla").
Así que al final del curso, cuando nos habíamos dado
cuenta de los resultados verificables de ese proceso de ósmosis,
decía: "Ahora es el momento de empezar a trabajar
juntos..."
La relación con Segovia ha significado para mi una explícita,
y en cierta manera definitiva, confirmación que ya había
percibido y experimentado (con más o menos claridad) con
el resto de mis profesores: hay una tradición de arte, de
cultura y civilización que, como un rió nos alcanza
desde el pasado; hay un gusto (me refiero a la capacidad de agarrar
esos valores humanos y artísticos) que es posible aprender:
la grandeza artística de Segovia consiste en su unión
directa con la tradición de occidente en la gran música,
no resignándose al papel marginal al que parece estar irremediablemente
confinada la guitarra y por la dejadez de muchos, ni los más
importantes guitarristas han tenido éxito en sacar adelante
(me refiero a Miguel Llobet, a Agustín Barrios y a Francisco
Tárrega, de cuya tradición incluso Segovia se
consideraba seguidor). "Debemos pensar más en la música
que en la guitarra" solía repetir y, realmente, esto
no era simplemente un dicho.
En esta gran tradición he reconocido la misma evidencia de
un último optimismo que había percibido siendo un
niño, y entonces, afortunadamente he encontrado de nuevo
más tarde. Sin este optimismo, la misma acción de
escribir música y el reto de la posibilidad de comunicar
(eso es una interpretación musical) podría perder
su significado y, en la larga carrera, no existir.
La responsabilidad que siento hoy de seguir con mi trabajo de interprete
consiste en continuar esta tradicion, este flujo que incluso ahora
sigue dando fruto (por ejemplo, en tantos compositores con los que
afortunadamente colaboro en el nacimiento de nueva musica para guitarra).
Piero Bonaguri
|