Haré de él un buen guitarrista

Por Antonio Domínguez

I

Había mirado detenidamente las manos, examinándolas con minuciosidad. Sorprendido e intrigado por el hecho, sentí enseguida admiración y respeto hacia mi futuro maestro.
Unos meses antes, un buen amigo de mi padre le había recomendado vivamente de llevarme a estudiar con uno de los mejores profesores de Madrid, el maestro Áureo Herrero.
Tenía apenas 15 años. Todo era nuevo para mi. Ese viejo barrio de los madríles tan castizo. Una penumbrosa escalera de madera que llegaría a ser tan familiar durante mas de 8 años. La puerta negra y elegante. Una voz grave y acogedora, la de Doña Pilar…
Azules y penetrantes, limpios como el cielo de Castilla, un águila diría, sus ojos discernían todo. Mi padre ensalzaba mis aptitudes y mi afición por la guitarra con orgullo. Interrumpiendo al mismo tiempo que tomaba mis manos y sin querer oír mas dijo lo que dijo. » Haré de él un buen guitarrista».

II

«¿Es que la guitarra puede ser un oficio?»

Francamente no lo sabía. En mi casa apenas escuchábamos música. Mi padre coleccionaba zarzuelas y mi madre me hablaba de su tío ciego que tocó la guitarra flamenca muy bien. La verdad, ¿quienes son Beethoven, Mozart o Bach? Perfectos desconocidos.
Pasión, energía, curiosidad, Amor, respeto por la música, todos estos atributos los observaba en esta persona delgada, de carácter nervioso y nada convencional, frágil en su vejez aparente. Curioso en el alma, en la búsqueda incesante de algo bello y fundamental, la elevación del ser humano. Este hombre que ciertamente, ha vivido muchas cosas, que algunas me contó y sin embargo nunca sucumbió a la materialidad de las cosas, al cinismo o a la hipocresía del desavisado. Todas estas apreciaciones las resiento hoy cuando pienso en él. El quinceañero de entonces, solamente vislumbraba algo que no sabía que podía existir. El me invitaba a soñar e ilusionarme, a sentir que había otro camino mucho más vulnerable pero apasionante. En sí no podía hacer otra cosa que ser guitarrista.

III

Saber algo y no poder mostrarlo. Así fueron mis primeras lecciones. Don Áureo nunca ha sido complaciente. Es lo primero que me enseñó. Tenía su idea y el resto sin comentario aunque a veces en voz alta. Y que razón tenía.
La verdad no sabía gran cosa pero me aferraba tercamente como un diletante. Desmoralizado, los meses pasaban. Preparaba los ejercicios técnicos que me daba, algunos estudios de Aguado, Sor. Entrando en su pequeña habitación donde impartía sus cursos, siempre se auto-exhibía extrañamente una foto, una mano gruesa. Evidentemente, mi carácter dócil y temeroso reprimía la requerida pregunta. ¿el porqué de esa mano?
La nota pequeña, la muñeca alta, el toque indirecto, con el brazo, con el giro de la muñeca, apoyado. Tantas ideas y tan innovadoras. Nada funcionaba u obstinadamente no quería cambiar.

IV

Una imagen y una vida que comienza. Fue una noche que me abrí al mundo.
Vi por primera vez Segovia tocando por la televisión. Comprendí en un instante lo que Don Áureo pacientemente me enseñó durante meses. El maestro me dio las bases y los conocimientos técnicos del instrumento. Las manos de Segovia posándose bellamente, delicadamente sobre la guitarra, la obertura del querer cambiar.

V

Ahora, solamente me interesaba las clases de guitarra. La escuela se resentía. Cualquier momento era bueno para tocar la guitarra. Ansioso y entusiasta, devoraba todo lo que caía en mis manos. Estudié algunos valses de Beethoven arreglados* por mi maestro.
· Arreglos y no transcripciones. El arreglo era una adaptación de la idea del compositor. ¡El maestro era preciso en esto!
Una noche la enfermedad se amparó de él. La desolación y la tristeza me embargó. Pensar que una especie de gripe reducía su actividad, postrándole en la cama, me revolcaba. La euforia de los últimos días se transformaba en una profunda depresión. Esa noche lloré prometiéndome de no desaprovechar ni un instante de su presencia. Pedía a la vida una segunda oportunidad. Dos semanas después el maestro me telefoneó. Los cursos se reanudaban.

VI

Don Áureo fue un hombre romántico. Su recuerdo como un poema, su figura atrayente.
Muchos alumnos de todo el mundo estudiaron con él. Cuantos fines de semana, cuantos veranos aprovechamos sus lecciones. Nunca había interrupción. Decía que en la música uno no puede descansar.

Con Feliciano Bayón; Guitarrería Santos Hernández. Madrid 1983

VII

Algunas tardes después de la lección paseábamos por las callecitas del centro de Madrid.
A menudo nos citábamos en la guitarrería de Santos Hernández. Era la mejor plataforma para mostrar los últimos arreglos y ejercicios técnicos hechos por el maestro y trabajados, algunos, por mí. Tan admirados y originales los ejercicios de Kreutzer, le Coucou de Daquin, la Vals de Dvorak, les Canaries de Couperin, las Suites de Weiss, las Escenas de Niños de Schumann, etc. Cuantas veces durante años Feliciano, el constructor de guitarras, me pedía de volver a tocar el Juanele de Angel Barrios o la Vals de Dvorak, tan hábilmente arregladas por el maestro.

VIII

Una vez fuimos a una casa de edición. Durante un largo rato toqué todos los estudios de Kreützer a la desesperación del responsable de edición. Todos los estudios son prodigiosos, explotando y desarrollando el panorama técnico de la guitarra. El lado mercantil de la editora no concordaba con la idea del maestro. Hoy en día las casas de edición piensa como el maestro. La idea de la integralidad de una obra y no su división.

IX

Al principio, reacio a la idea de presentarme a los exámenes del Conservatorio acabo por doblegarse a mi terquedad. Alegaba que un artista prueba su talento en la escena y que el verdadero juicio es el público. Temeroso de mi futuro oía mas la voz de mi familia. Los dos tenían razón. Asistió a la gran mayoría de mis exámenes. Rocío, su hija, me ayudó mucho. Me presenté durante tres años a las convocatorias de Junio y Septiembre.
¿Cuál es el concierto que ha preparado?
Elijan el que quieran de la lista.
Con esta fanfarronada acabé brillantemente el último año del Conservatorio.
¡Ahora empieza la verdadera carrera, el conservatorio es una anécdota!
¡La vida es otra cosa! dijo D. Áureo.

X

¡Estoy obligado a interrumpir los cursos con Vd.! le dije sollozando y con una voz entrecortada. Crisis familial, además los negocios de mi padre van a la ruina…
Nos vemos el jueves, lo importante es la música y la guitarra, me respondió.
Nunca le volví a pagar por las lecciones. Espero poder hacer por mi semejante lo que el me aprendió ese día. ¡Que gran lección de humanidad!

XI

¡Humanidad, si!
Cada lección, jalonada por un comentario, un punto de vista. Todo lo que acaba de leer, de escuchar, era motivo de discusión.
Experiencia de vida. La orquesta. Su contrabajo. Diversos intérpretes, reencuentros, impresiones vividas durante años…Y nosotros, jóvenes guitarristas, escuchando obnubilados su enseñanza, como son los discípulos del maestro, cosechando los frutos de su vivencia.

XII

«El Rostropovich de la guitarra»
Cuantas veces este formidable músico, integraba nuestras discusiones durante la clase.
El maestro con su gesto y su verbo, me explicaba la implicación genial del cellista, con su instrumento. Un día, acabando de dar un recital en la Fundación March, entrando en su cuarto, ví que había colgado el póster publicitario de este concierto. Figuraba un comentario. D. Áureo había escrito de su puño y letra: «El Rostropovich de la Guitarra».


XIII

¿Prófugo? Me presenté voluntario para cumplir el servicio militar, con la intención de poder quedarme en Madrid y así continuar mis estudios con el maestro. Sin embargo unos meses antes me habían enviado la convocatoria para el reclutamiento. Mis padres estaban empadronados en un pueblecito de la comarca de Madrid y por ello nunca recibí la correspondencia. Era prófugo y debía incorporarme inmediatamente al ejército.
El destino es curioso. Me enviaron, según sorteo, a Madrid. ¡Genial! Podría continuar con D.Áureo. El problema es que no debería correr ningún riesgo de lesión en mis manos.
D. Áureo me escribió una carta para que la presentase a mi coronel en el cuartel. Decía en grosso modo, que en calidad de futuro artista cuidasen de las manos permitiéndome servir la España con algún trabajo idóneo para ello, quizás algún día podré representar la España artísticamente por todo el mundo. Mi coronel, muy amablemente, me recibió, pero no pudo hacer nada a pesar de la recomendaciones de mi maestro. Me quedé como soldado raso en un batallón de fuerza inmediata.
Mas tarde, mi capitán, gran amante de la ópera, supo que podía obtener billetes del Teatro de la Zarzuela con facilidad. Tenía buenos contactos para ello. Hubo un acuerdo entre nosotros. A cambio de estos billetes obtendría ciertos favores que me permitirían cumplir los compromisos de ese año. Representé la España como guitarrista en el extranjero y gané el Primer Premio del Concurso Internacional de Francisco Tárrega.
Mi teniente que no veía con buen ojo estos privilegios, los festejaba conmigo de otra manera. De mi retorno me premiaba con unas buenas maniobras militares. Acabamos conociéndonos y siendo buenos amigos. Al final de mi servicio militar, recibí una placa como soldado ejemplar que me entregó el General de Brigada del regimiento.
Y la visión de D. Áureo: «Representar la España» se había cumplido.

XIV

Maestro… Hoy es tu centenario. Nunca podré decirte la suerte que tuve de conocerte. Antes de recibir la última cornada (como tu solías decir), llevaré siempre la llama de tu presencia durante años. Daré a los demás, lo mismo que recibí de ti. Eso es lo que quiero y eso es lo que me enseñaste. Gracias por el amor y el camino que nos has mostrado.
¡Te queremos!

Con Antonio Domínguez. Madrid 1983