Recordando a Don Áureo Herrero

Por Cortés Bracero de la Hoz

Hablar de don Áureo, es difícil sin caer en la repetición. Cuando alguien hace de su vocación su profesión con tantos conocimientos, pues nadie viene al mundo enseñado, se convierte en un ser superior y libre, que se independiza del cauce donde los demás seguimos y se sitúa por encima de nuestro concepto del bien o del mal, así, ya no se marcha jamás del corazón de quienes le conocieron. Siempre, de verdad lo digo, se le siente al lado, pues el maestro Áureo Herrero, fue el mayor y mejor cómplice de cualquiera y de todos a la vez en la tarea del aprendizaje. Por estas cosas tal vez, es por lo que allí mismo, en su tierra barraqueña, que también logró lo más difícil; logró ser profeta en su tierra, sus discípulos y quienes le querremos siempre, nos juntamos para escuchar el sonido al que por sus indicaciones estamos emocionalmente adheridos, disfrutando gracias al esfuerzo que don Áureo en esta tarea derrochó, rindiéndole un justísimo homenaje a don Áureo Herrero, que siempre citaba su pueblo con amor como su origen, su inicio en la vida, en la música y en la guitarra. Por esto, mientras yo tenga fuerza y pueda, iré a los conciertos, que cada año se desarrollen.


Sería el año 1980 cuando yo le conocí, en los primeros días de verano. Me contrataron para cantar en un bar que fue después restaurante chino, canciones de Atahualpa Yupanqui; repertorio que yo imitaba a la perfección, el local está en la calle de la Aduana. Llegué pronto para dejar preparados los chismes, no había público aún, por lo que salí a mirar los alrededores. Justo el local de al lado, el taller de Santos Hernández, me pegó al cristal de la puerta como si fuera un niño que mira el escaparate de una pastelería. Feliciano Bayón, padre de Santos Bayón Ruíz, reparaba o construía una guitarra. Me hizo afablemente señas de que entrase a la tertulia y así lo hice. Fueron llegando guitarristas, y pasé en pocos instantes a convertirme en un cuerpo sintiente embelesado por aquellas variadas interpretaciones, que sucedían ante mí a solo metro y medio de distancia. Yo para mí mismo una y otra vez me preguntaba: ¿Cómo se podría tocar así; así de bien? El responsable de aquel hechizo era don Áureo, venerado maestro de todos aquellos virtuosos discípulos, que con un cabello cano y una chalina en lugar de corbata, marcaba con leves gestos o visajes, el tempo y la estética. Fui después durante muchos años, “acólito”, de esa hermandad donde se hacía apología del instrumento de seis cuerdas y sus intérpretes.

Si la mano del hombre, según el poeta oriolano Miguel Hernández, es la herramienta de alma, he comprobado de manera empírica en mi persona, que puestas estas en la guitarra, sale más fácil y precioso el mensaje humano, pues la guitarra es directa sin precisar de llaves, arcos o martillos, por tanto, libera los cauces de la expresión artística que cada cual lleva dentro. Para esto de que cada cual potenciase su propia expresión, don Áureo, se valía con diferencia él solito. Nadie puede decir que no le regalase en alguna ocasión sus sabios conocimientos; ora en el descanso de un concierto del Ateneo, ora en la guitarrería de Santos Hernández, o simplemente, como me sucedió una vez a mí, cuando coincidí con él mientras buscaba en los comercios de la calle Preciados de Madrid, un aparato que mejorase su audición. Fue durante los deliciosos días que fui un artista callejero. Aquella soleada mañana, don Áureo, el maestro de los maestros, se detuvo y me escuchó a mí, uno de los de la calle, y me saludó ante tanta gente con respeto profesional. Enseguida terminé y fuimos caminando de comercio a comercio, y, entre tienda y tienda, el maestro, me explicó la Giga.


Yo, estudié yo, con don Hirosi Aketa, discípulo muy querido por don Áureo. Mi maestro, fue quien me desasnó, por lo que le guardaré siempre una veneración casi devocional. Yo aprendí poco, poco o casi nada, muy poco, no llegué a mejores y más hondos conocimientos por ser un cautivo amante de casi todos los vicios y placeres
carnales. Espero que Dios me lo perdone y se lo premie a él, pues aún así, por su especial modo de tratarme y relacionarme con maestros como don Áureo, logró que yo hiciera casi todo el método de Dionisio Aguado y muchos de los estudios progresivos de Fernando Sor.


Ahora ya no estudio obra alguna sólo saco la guitarra para tener las manos ocupadas durante las escasas actuaciones para las que soy contratado, como actor-cómico y músico. Mi arte, con más copas, se aprecia mucho mejor.

Una vez, traté una vez de autorretratarme así:

Quise hablar con la guitarra,
mis manos no sabían decir.
Soñé expresar sentimientos;
nada de eso conseguí.
Pero entretuve a la gente.
¿Qué más se me puede pedir?

P.D. Yo, lo de la Giga, lo usé ese cometario muchas ocasiones para hacerme respetar
por el público de mis modestísimas actuaciones.

Cortés Bracero de la Hoz
Actor músico, poeta y callejero sentimental

La Mirada de la Guitarra, por Cortés Bracero de la Hoz